THE SWIMMER
Tenía muchas ganas de volver a ver El nadador de Frank Perry. Es una de esas películas que, aunque carezcan de la sobria elegancia de las grandes obras, aunque resulte notoria en ella alguna secundaria deficiencia, ocupan un lugar queridísimo en mi historial cinéfilo, y es que prefiero una película mejorable pero honestamente emotiva antes que otra de gélida e insulsa perfección. Esta adaptación de Frank Perry me impactó fuertemente desde un primer momento. Pronto se incorporó a mi imaginario fílmico como una de sus páginas más perturbadoras, como la duradera impresión de una sombra muy amenazante. Creo que, cuando la vi por vez primera, ya conocía el magnífico relato de John Cheever del que parte. Ahora he vuelto a releerlo y sigo pensando que, a pesar de su calidad, su traslación cinematográfica lo amplía muy enriquecedoramente. La representación de ese mundo impulsado por la sed de apariencia resulta más impactante en las rebosantes imágenes de la pantalla que en las apresuradas páginas de un relato en donde tan solo se apunta el descendimiento hacia lo indeseable.